miércoles, 8 de septiembre de 2010

Bienvenida

Santiago, Chile

Gente y más gente avanzando de un lugar a otro lugar. Una atrevida ensalada de colores, intenciones, y velocidades disfrutan, sin demostrarlo, los somnolientos moradores de los pisos más elevados de la capital. Las tazas ríen en silencio mientras la mañana se puebla de narices que se hunden una y otra vez en sus divertidas bocas cosquilladas. 

La caótica nube de piel se mueve en sincronía, una pulcra coreografía acoplada al riguroso ritmo de los semáforos que se ven ahí tan compuestos, tan arregladitos mirando para abajo, con algo de arribismo, creyéndose los más catedráticos metrónomos. Eres una máquina semáforo, no te me vengas con eso de agitar a exagerado desdén tu cromática batuta, ni con tus quiero luces de otros colores, ni con los quiero un camarín para mí sólo.

Un fluido, continuo e informe, de materia capitalina se arrastra por pasajes, calles y avenidas sucias de caras largas y zapatos sin ganas de caminar: “pff… pff... pff… pff” o quizás “pff… p-pfff… pff…p-pfff” para los desafortunados pobres en simetría.

 El santiaguino tiene sueño y le duele en los huesos dejar su cama. Por esta razón, como buen escapista, no lo hace hasta llegar a su destino: negando su realidad peatonal, se dirige sistemáticamente (auxiliado por el braille de una particular muralla rosada, o quizás el tierno olor de una panadería) envuelto aún en las largas sábanas de algodón tibio, hacia el trabajo, en el más efectivo piloto automático.

Entre la densa niebla del cansancio, la mirada curiosa y lejana, se ha transformado en un rito ocasional, atípico, e incluso extinto. Es esta inanimada forma de movimiento la que nos ha llevado a ignorar por completo, y de la forma más irrespetuosa, nuestra fiel flora citadina que incondicionalmente nos regala sabores, oxígeno, aromas, colores, y sobre todo: compañía. 

Seguramente sabrás el nombre de todos tus allegados, y alguna anécdota de algún conocido.  Entonces,
 ¿Cómo es que no conoces el nombre de esa enredadera verde-amarilla que trepa traviesa por la fachada de tu casa? ¿Cómo puede ser que no sepas el nombre de ese árbol de hojas moradas  que crece en tu patio y te espía mientras te duchas todas las mañanas? ¿Qué no sabes que son ligustrinas las de la entrada del metro? 

Las bestias verdes de Santiago nos acompañan cada día, y sin embargo, rara vez reparamos en ellas. Un registro público de éstas se presenta como una empresa heroica, y más importante, necesaria.

Sean todos bienvenidos al Bestiario Verde.